II
Finalmente, dejando deambular sus pensamientos, sus piernas
le llevaron a un bar de clase de media de un barrio cercano.
—¡Hey, estrella!, ¿qué tal hoy?
El dueño del bar, un hombre de
mediana estatura y calvo, limpiaba una jarra. En el establecimiento, nada más
estaban las dos camareras y él. Mucha gente no lo frecuentaba y eso a Alexander
le encantaba. Las dos chicas habían intentado muchas veces quedar con él pero
éste siempre tenía un plan de antemano. Aunque en realidad, era falso porque él
ya sabía que ellas irían a lo mismo.
Su don se lo revelaba días tras
días, noche tras noche.
—Ponme lo de siempre—el hombre le
abrió una botella y se la sirvió con una jarra.
—¿Qué tal los ensayos? ¿Cuándo
saldrá vuestro nuevo CD?
—En junio, si todo va bien.
Nuestro manager está contento con los resultados pero es muy exigente—comenzó a
beber.
—Eso son tonterías, chico. ¡Sois
el grupo de moda!
—Papá—Alexander terminó la bebida
de la jarra y se aclaró la garganta—. He vuelto a tener una visión—Alexander se
quitó la gorra y miró al hombre que lo había criado.
Éste cruzó la barra y lo guio
hasta la parte trasera.
—Chicas, id cerrando-ellas
obedecieron y éste guió a su hijo.
Cerró la puerta tras de sí y lo
sentó en la silla.
—¿Qué has visto esta vez?
—A una chica corriendo.
—¿Viste algo más?
—Un callejón oscuro y unas luces.
Papá las visiones se me van haciendo muy continuas y tengo pesadillas—su voz
sonó como un susurro.
—Hijo, tú nunca has escogido ser
un clarividente. Eso lo heredaste de tu madre—quiso morderse la lengua pero fue
tarde.
Alexander odiaba sacar el tema de
su madre. Ella los abandonó a los dos cuando éste no contaba más de dos años.
Ella también poseía el poder de la clarividencia y su hijo lo manifestó al poco
de los años, pero eso ya eran recuerdos fugaces y efímeros. No la volvió a ver
desde entonces y su padre pasó a ser lo más importante de su vida.
—Descansa—le puso su mano en el
hombro—. Mañana tendrás un día muy largo.
—¿No me digas que has visto mi
futuro?-Alexander consiguió esbozar una sonrisa.
—Soy el padre de una estrella de
la música. Sé cómo es su vida.
Alexander asintió y se esfumó
entre la luz de la luna que alumbraba los cristales de los escaparates y entre
las farolas que tintineaban. Sin darse cuenta, llegó a un barrio de aspecto
intimidante con locales y establecimientos de poca confianza. Un humo extraño
fue apareciendo entre los callejones y Alexander sintió que unos ojos amarillos
brillantes y espeluznantes lo observaban. Creyó que lo seguían.
A decir verdad, desde hacía
meses, él lo pensaba. Por las noches en sus largos paseos de pensamiento y
meditación, sus sentidos le alertaban de que algo o alguien vigilaba sus pasos.
Torció por la izquierda,
intentando alejar cualquier temor de su mente pero dio a parar a un callejón
sin salida. Entonces se fijó en cómo estaba decorado el lugar: la oscuridad era
perpetua y había un letrero a su izquierda que apenas se mantenía en pie.
Lo vio claro, pero faltaba el
ingrediente principal. Pasaban de las once de la noche y él religiosamente se
levantaba pronto para correr.
—Esto es una locura—con paso
decidido decidió dar media vuelta y volver a su casa. Él sabía que no era un
superhéroe y que no tenía que salvar a toda persona que se asomaba por sus
visiones. Fue a ponerse su gorra de nuevo, y teniendo un destino caprichoso,
sintió como alguien lo empujaba al suelo sucio de ese apestado callejón.
—¡Eh!—gritó. Cuando alzó la
vista, vio unos ojos azules de un rostro tan pálido y blanco como la luna—.
Eres tú—murmuró el vocalista. Sin dejar de mirarla, ambos se pusieron de pie y
la chica miró apurada a todos los lados.
—¿Qué?—la chica frunció el ceño.
Entornó los ojos y lo descubrió. Entornó un grito agudo y se tapó la boca.
—¡La chica está allí!—Alexander
visualizó a tres hombres saliendo de un garito.
Alexander analizó las
posibilidades y enseguida obtuvo la solución. Pero la chica fue más rápida.
—¡Acompáñame! ¡Rápido!—lo agarró
por el brazo y ambos corrieron sin parar hasta que salieron de ese barrio y
dieron a parar a un parque.
Alexander se sentó en un banco y
respiró hondo y profundo. La chica hizo lo mismo. Miró a su alrededor y cuando
creyó que ya no los seguían, se dispuso a hablarle:
—¡Eres el cantante de Black
Star!—la joven tomó su mano y la apretó con fuerza. No se lo creía. Tenía ante
sus ojos su cantante favorito—. Tengo todos tus dis...—Alexander rodó sus ojos.
—Me halagas chica pero me acabo
de dar el maratón de mi vida y al menos me gustaría saber quiénes eran esos.
La chica movió la cabeza. Ese
tema no le gustaba .
—Creo que debo de irme—la chica
sin más, se levantó y hundiendo sus manos en los bolsillos se internó en la
calle.
Alexander se quedó con la palabra
en la boca. Sin más la joven de su visión se esfumó y ni siquiera sabía su
nombre. Sin embargo, escuchó un grito y corrió al origen de ese sonido. Y lo
que encontró fue a la chica tirada en el suelo y con un balazo en el hombro.
Observó, nervioso, su alrededor, intentando buscar el origen del balazo.
Oyó un ruido similar al de un rifle y sus sospechas se
confirmaron: hubo un impacto en un cristal. Por casi le rozó el brazo y seguro
que a la siguiente no iban a fallar.
La chica se desangraba por el
hombro y no la podía dejar así. Sin vacilar, la recogió entre sus brazos,
agradeciendo que pesara poco, y se enfiló camino de un lugar seguro. Corrió
como alma que llevaba el diablo y atravesó un sin fin de callejones oscuros y
turbios. A lo lejos se oían los disparos de varias armas que lo apuntaban a él
y a su carga.
Se ocultó tras un muro y cuando
notó que no había nadie acechándolo, fue directo a un parque alejado de la
noche y del gentío de la ciudad. Allí estaría seguro; ese lugar lo frecuentaba
mucha gente y a esas alturas los enamorados se dejaban caer en la sombra de los
árboles. No se atreverían en medio de tanta gente.
Paró en el césped y extendió a la
joven. Jadeaba y la hemorragia parecía haber parado pero no mucho. Rasgó parte
de su camiseta y taponó la herida. Después sacó su móvil e hizo una llamada.